Cuándo puedes decir, con toda certeza, que del Altísimo es la batalla y que Él te dará la victoria, sin necesidad de que tus fuerzas, o tu intelecto, o por tus medios intentes lograrlo.
Es una pregunta sencilla, pero que implica demasiadas aristas en las que se demuestra nuestra poca fe. Jesús dijo esto varias veces. Una vez lo dijo a Pedro, cuando el propio Jesús caminaba sobre el mar y Pedro pidió hacer lo mismo, y de hecho lo hizo, pero al instante se hundió, sosteniéndole Jesús y diciéndole: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mateo 14:31). Unos pasajes antes, lo había dicho a los que le escuchaban sobre las hierbas del campo, expresando: “Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? (Mateo 6:30).
A sus discípulos en la barca, cuando una tormenta arreciaba y él dormía, éstos le despertaron asustados y “Él les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados, hombres de poca fe? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma” (Mateo 8:26). Y así, en varios otros capítulos se repite la misma exhortación.
Un hombre que tuvo fe en el Todopoderoso fue David. Tan pequeño y joven como para decirse que el gran guerrero de una altura descomunal podría hacerle pedazos tan fácilmente, por lo que no solo causaba gracia el rival sino hasta pareció un insulto para Goliat, quien enfurecido arremetió contra el escogido de Jehová, sin saber que en realidad batallaba no contra aquel joven pequeñito sino contra el Dios viviente, el Grande, el Poderoso, el Rey de Reyes, Señor de Señores, el Omnipotente. Por ello, la batalla no duró ni un minuto. David no le tuvo miedo de aquel gigante (1 Samuel 17:47).
Cómo podría Goliat tener alguna oportunidad contra su rival.
En nosotros también está el victorioso, y para ello solo debemos recordar Filipenses 4:13, “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Recuerda que la victoria no necesariamente se mida por la obtención o no de una resultado ganancioso o triunfal, muchas veces, vencemos perdiendo, y Jesús lo dijo, “Al que te hiera en la mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, no le niegues tampoco la túnica” (Lucas 6:29, Mateo 5:39, 40), pues la victoria no está en enfrentar a nuestros enemigos, sino en amarlos.
Todo lo puedo en Cristo, y puedo soportar los golpes, las humillaciones, un día malo, que me echaron del trabajo o que un amigo no me ha devuelto algo que me debía, pues mi confianza está en aquél que ya ha vencido, en el Dios viviente, el Grande, el Poderoso, el Rey de Reyes, Señor de Señores, el Omnipotente.
Dios es amor (1 Juan 4:8), y debemos sumirnos a su voluntad, dejándole a Él que luche por nosotros. No habrá angustias ni dificultades, por más grandes que aparenten, que puedan dañarnos, pues de Jehová es la batalla.
¡Bendiciones!!!!